miércoles, 16 de marzo de 2011

Avatar 8 - De monstruos y bifurcaciones

El género de la literatura de ficción está plagada de inmortales, la mayoría de ellos, monstruos. Pero a parte del ubicuo vampiro, también, está el famoso monstruo creado por Mary Shelley en su novela Frankenstein or the Modern Prometheus, obra en la que su protagonista Victor Frankenstein vence a la muerte al animar de vida, mediante procesos galvánicos, un cuerpo compuesto por varios deshechos humanos. Como el conocimiento que tenemos de esta novela se debe mayormente a las versiones cinematográficas (poco fieles a la novela original, mayormente) me tomo la libertad de copiar algunos pasajes del capítulo 3 alusivos a la animación del monstruo en particular:

 
“[…] Para examinar los orígenes de la vida debemos primero conocer la muerte. Me familiaricé con la anatomía, pero esto no era suficiente. Tuve también que observar la descomposición natural y la corrupción del cuerpo humano. […] Me detuve a examinar y analizar todas las minucias que componen el origen, demostradas en la transformación de lo vivo en lo muerto y de lo muerto en lo vivo. […] Cuando me encontré con este asombroso poder entre mis manos, dudé mucho tiempo en cuanto a la manera de utilizarlo. A pesar de que poseía la capacidad de infundir vida, el preparar un organismo para recibirla, con las complejidades de nervios, músculos y venas que ello entraña, seguía siendo una labor terriblemente ardua y difícil. En un principio no sabía bien si intentar crear un ser semejante a mí o uno de funcionamiento más simple; pero estaba demasiado embriagado con mi primer éxito como para que la imaginación me permitiera dudar de mi capacidad para infundir vida a un animal tan maravilloso y complejo como el hombre.”

Nuevamente en esta novela vemos renacidos los mitos del homúnculo alquímico y del golem judío. Es la búsqueda de la regeneración continua y de la reanimación de los sentidos. Es la negación de la muerte. Pero ¿qué es la vida?

Si la vida fuese conciencia y la conciencia tuviera alternativas múltiples, como Hugh Everett lo propuso, de cierto modo, en 1957, entonces J. L. Borges lo ha ilustrado magníficamente en su cuento El Jardín de Senderos que se Bifurcan del que, también, extraigo estos pasajes:


“[...] En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta —simultáneamente— por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan. [...] El jardín de los senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma. […]”

Lo interesante es que Borges escribió este cuento en 1941, dieciséis años antes que Everett propusiera su teoría.

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